Cruzando la bahía. Rakel

Escrito el: 18th mayo 2010 por AlasDeLeyre en PARAPENTE

 

Llevo ocho años junto a un volador, desde el principio me gustó todo lo que rodea al vuelo, he pasado muchas horas de despegue sin volar, sin ver volar y por supuesto viendo volar, despegar y aterrizar. 

He sentido como van creciendo los ánimos, y me he contagiado de ello, cuando subiendo a un despegue ves que la brisa es buena, o que ya hay nubecitas de térmica, o que las gaviotas están altas, o hay buitres girando y ganando altura sin deriva, que no está fuerte, tampoco flojo… 

He disfrutado con una caña en la mano  de cada una de las historias que después del “vuelazo” que todos tienen para contar, del plegadón sin problemas, la remontada gracias al +2 que me encontré, que acabó siendo un +7, la hundida por la descendencias que había, la satisfacción por llegar a gol, o por haber conseguido hacer la primera baliza… 

A cada uno de los que he ido conociendo seguro que le gusta volar por distintos motivos, pero la verdad que nunca se lo he preguntado directamente a nadie: tu ¿Por qué vuelas?

A mí si me lo han preguntado: y tú ¿Por qué no vuelas? 

Está claro que se disfruta de una actividad cuando es ocio y puedes dedicarle todo el tiempo que quieres sin prisas, pero además tiene que haber algo que te tire hacia ella, que te enganche, y todo el mundo, o casi, tiene algo con lo que disfruta, pero ¿volar? 

A mi me entusiasma cocinar, abstraerme mientras todos los ingredientes se convierten en un plato rico, pero casi siempre lo hago sin tiempo y con prisa, así que rara vez es ocio. 

Me gusta una barbaridad conducir, y disfruto cuando conduzco sola y yo decido si corro o no, si carretera secundaria o autopista, si disfruto del paisaje o de la conducción en sí, si me paro o sigo… pero casi siempre que conduzco, o es para llegar al trabajo a tiempo o para recoger algún aterrizado y  recogerlo rápido para ir a por el siguiente… Así que aunque lo paso bien, no me recreo mucho con ello. 

La fotografía, verlo todo a través del objetivo, encuadrarlo y buscar el momento de luz y actividad para grabarlo en mi cámara, eso me gusta más y realmente casi siempre es lúdico, por suerte. 

Así que cuando el viernes pasado, Rodolfo, por cierto muy entusiasmado, vio que el domingo podía ser el día perfecto para cruzar la bahía y reservó el biplaza para los dos, lo pensé dos segundos y decidí, vale si él quiere yo también, y a pesar de que me puse tensa al decidirlo, preferí organizar el tema para relajarme, cuando coger el biplaza, si nos vamos para todo el día, habrá que dejar comida para los que se quedan…, y lo mas importante ¿Mi cámara? ¿Pilas cargadas? Y ahí fallé, y me dejé convencer, en resumen fue: “vamos a lo que vamos y mejor te llevas cualquier camarita y ya” Y pensé que tenía razón, que iba a volar para cruzar la bahía, para volar con él, para ¿sacar fotos? Pues sí, para que vamos a engañarnos… pero me engañé. 

Llegamos al despegue, donde se suponía que estaría fuerte y habría que esperar, pero no, resultó que estaba flojito, y salió Rodolfo el solo con el biplaza y se mantenía justo, justo ¡que cagada!, aterriza y vuelve a salir, ahora sí parece que mejora y coge algo mas de altura, aunque en el despegue no entra mas viento, aterriza, me preparo, me ata, sube la vela, la sujeta un ratín encima y “venga, vamos, corre, corre, hacia los árboles, corre, corre…”  

Me estoy viendo, en todos los despegues que he tenido hasta este –unos ocho- nunca había sentido responsabilidad en el despegue, siempre hay mas gente, uno que te sujeta, entra mas brisa, y antes de darte cuenta tienes los pies en el aire, y esta vez no, estábamos solos los dos y concentrada, cabeza y pecho para delante, unos 5 pasos de carrera hasta sentir que el suelo se quedaba abajo, y la sensación de que fue perfecto me dio algo de estímulo, aunque también me puse nerviosa. 

Luego, en el aire, nos costó coger altura, el vario estaba en la mochila, y pitaba poco, muy poco, nos fuimos hacia la izquierda, a Kukuarri, y costó ver la cruz unos cien metros por debajo, nos llovió algo, pero se veía que Donosti estaba mas claro, así que para allí tiramos.

 

Dejamos atrás el despegue, avanzamos viendo las posibles campas de aterrizaje si perdíamos altura, y cuando vimos “el balón” me dijo, “ahí es el último sitio donde podremos coger altura para llegar al parque de atracciones bien” pues no, un giro, y allí no pitaba nada, así que notando la tensión, vi como nos dirigimos hacia el parque, sin vuelta atrás, “me voy a arrimar bastante a la ladera”, vale, no me importa, a mi, como a otros, ver el suelo cerca no me preocupa, aunque volando no sea lo mas seguro. 

Y llegamos un poco por encima del faro de Igueldo, y por debajo del castillo del parque, y pasados un minuto, se notó que volvíamos a respirar “que tensión” –dijo el piloto…

 

Conseguimos quedarnos por encima del parque y ahí apareció Donosti, Ondarreta, la bahía, la isla, la concha y al fondo, el siguiente objetivo, Urgull. 

El día no daba para más y la altura no era mucha, para nada, pero no se ganaba más y…:“en cualquier momento decido que cruzamos, igual no te aviso”.

Me avisó y le hice la pregunta, que por cierto ya me sé la respuesta, pero para relajar la mandíbula “¿Cuánto mide la bahía?”, “Ochocientos metros”, pues venga, ochocientos metros de mar, con la isla ahí abajo, que no creo yo que sirva para mucho…Pero esta vez llegamos a Urgull con otra sensación, la pared apenas subía, y  a la altura de los pies del muñeco –el sagrado corazón- ya pitaba otra vez el vario. 

Ahí nos pasamos unos veinte minutos, viendo la ciudad, el castillo de Urgull, la gente paseando, las trainerillas en la bahía, algunas finales de fútbol-playa en la concha, por la cantidad de gente que se veía; atrás la isla, Ondarreta e Iguelo, y cerca el Urumea, los cubos y la playa de la Zurriola, el siguiente objetivo. 

Saco la última foto sobre el río, guardo la camarita que “enseguida vamos a aterrizar”, y según nos acercamos no perdemos mucha altura, así que seguimos hasta el final de la playa, saco los brazos y me cuelgo como un chorizo y miro para abajo, el paseo de la Zurriola hasta arriba de gente, había habido una media maratón con la final ahí y como estaba bueno…

 

Y ahí encima de la acera, con la gente mirando para arriba y que no aterrizamos “cuando quieras ¿eh?”, “pero si no caemos”, y yo pensando que tu sabes, que si quieres puedes, que está bien alargar, pero ya que me había preparado para aterrizar, porque es una de las cosas que mas me preocupaba, y dijo, “vale”, nos enfrentamos al viento, cara al mar, y el suelo perdió velocidad, una pérdida a tiempo y toqué el suelo con el pié como nunca antes, dos pasos para adelante y ya estábamos con los dos pies en el suelo, un paso para atrás, y ya la vela en el suelo, bueno, en la arena.

Me suelta y nos damos un beso, porque lo merecíamos. 

Despegamos a las 11:35 y aterrizamos a las 13:00, hora y media de vuelo, y esta vez sí, esta vez me gustó despegar, volar y aterrizar,  noté cosas que igual podrían ser parte de lo que siente alguno de los voladores que conozco, pero, para mí he llegado tarde a esto y cuando vuelva a volar será en biplaza, eso sí con mi cámara, para poder disfrutarlo después,  y que lo disfruten otros.

A pesar de todo he rescatado algunas fotos y videos que podeis ver en http://picasaweb.google.es/rakelalbeniz/CruzandoLaBahia_16_05_2010# .  

Necesitaba escribir esto, he sentido emoción redactándolo, porque hay cosas que es difícil contarlas y aunque me he cortado algo, quiero trasmitir  esto sobre todo pensando en quien no ha disfrutado nunca de un vuelo y sirva para animarle y si lo ha hecho y lo sigue haciendo para que sepa que no me extraña que vuele y que lo siga haciendo. 

Muchísimas gracias a Rodolfo por darme mas vida cada día,  ah! y al inventor de la biodramina, que evitó mi mareo. 

Saludos. 

Rakel
Todas las fotos y vídeos en Picasa

Última actualización en Martes, 18 de Mayo de 2010 07:19