Blancas 9 Septiembre 2000.Íñigo Arizaga

Escrito el: 9th septiembre 2000 por AlasDeLeyre en Cronicas, LIGA NORTE

Comentario 13ª manga, día 09-09-2000

Este fin de semana (9 y 10 de Septiembre) se ha disputado la última prueba de la Liga Norte en Blancas, cerca de Jaca. Y se puede decir que ya era hora, porque como habréis podido comprobar por el aluvión de mensajes recibidos llevábamos tres pruebas seguidas suspendidas, dos en Arangoiti y otra en Blancas.

 

Parece ser que la espera mereció la pena, porque la meteorología nos ha regalado con dos espléndidos días de vuelo. Desde días atrás veníamos consultando las previsiones mordiéndonos las uñas, y cada día que pasaba parecía confirmarse el buen pronóstico del tiempo. Las curvas de estado (sondeos de temperatura) previstos parecían indicar una fuerte inestabilidad por debajo de los 3.000 m. y aire más estable en altura, que impediría que las nubes se desarrollaran en exceso.

 

El paraje de Blancas es un lugar que merece la pena ser visitado, aunque no se vaya a volar. Una pista que requiere de permiso especial para circular conduce directamente al Pico de las Blancas (2.133 m.), el punto más alto de unas crestas herbosas muy similares a lo que puede ser la zona del despegue de Liri y el Gallinero en Castejón de Sos. Pero a diferencia de Castejón, el paraje es aquí mucho más agreste, porque la cresta no se corta sino que sigue hacia el norte a través del Pico de la Magdalena (2.286 m.), y en apenas cuatro kilómetros se junta tras un pequeño collado (Collado de la Magdalena, 2.043 m.) con la base del Pico de Lecherín (2.567 m.) en el Macizo del Aspe (2.645), una sucesión de picos de aspecto absolutamente fiero: aristas, barrancos y desfiladeros, que cierran en magníficos circos los valles de Aisa y Lizara, todo ello con orientación sur. Hacia el oeste el macizo tiene su continuación en el Pico del Bisaurin (2.650), sobre el Valle de Echo y más allá el Agüerri (2.449 m.), Peña Forca (2.389 m.), Ezkaurre (2.049 m.)… Hacia el Este hay que atravesar el río Aragón sobre Canfranc para encontrar la continuación de la cordillera en el Collarada (2.886 m), la Peña Telera (2.764 m.)…

 

La prueba ha contado con la participación de cerca de 50 pilotos y tanto el ambiente como el nivel de vuelo han sido muy buenos. Cabe destacar la labor realizada por Paco Villar y Asier Garate, pilotos locales que se han volcado en la organización y que han facilitado el permiso de acceso a la pista del despegue y han contribuido de forma decisiva a la hora de elegir el itinerario más adecuado para las mangas.

 

El sábado subimos al despegue (en el que caben todos los parapentes del planeta) en una larga caravana que despedía una polvareda que permite ver que la brisa ya está enchufada. La manga no se discute mucho. Se pone una primera baliza al norte, en el Refugio de Huici, cerca del punto en el que la cresta de Blancas se junta con los barrancos del Aspe en el Collado de la Magdalena. A continuación hay que ir hacia el este hasta Biescas (baliza en unas antenas sobre el pueblo de Betés), vuelta a Blancas (sin baliza) y continuar hacia el oeste hasta el gol en el pueblo de Echo. En total 59,5 Km.

 

Lee ha preparado la vela antes del briefing, así que sale escopetado en cuanto se abre la ventana. Los demás nos hemos dormido un poquillo y para cuando despegamos Lee ya está sobre la primera baliza. El despegue está prácticamente en el ojo de una térmica, así que cuando se despega lo normal es salir disparado como un cohete hacia arriba. Esta parte está gratis. Tiro un poco hacia el norte y casi sobre la baliza subo hasta las barbas del cúmulo (muy amigable, por cierto) hasta que por la radio oigo la voz de Iñigo Redín, parecida a la de un profesor de escuela: "a ver ese que ha entrado en la nube, que salga enseguida". El techo anda por los 2.700 m.

 

Donde hay patrón no manda marinero, así que decido largarme. Casi todos los pilotos vuelven al sur hacia Blancas para trincar otra vez y hacer la transición del Collarada. Mucha pérdida de tiempo. Ya estoy viendo a Lee trincando al otro lado del valle en las laderas del Collarada. Agarro el acelerador y marcho directo. Unos cuentos pilotos inician también la transición desde Blancas. Se llega al otro lado con unos 2.000 metros de altura. Yo apunto directo a la falda del Collarada, pero aquí el viento está muy fugado, se cobra mucho y se sube poco, así que decido abrirme hasta una cresta más hacia el sur (La Trapa, 1.762 m.), que parece que se enfrenta a la brisa y debe de ser la que manda los rotores. Por allí anda Jordi Marquillas caracoleando pero sin trincar nada claro. Lee va de camino hacia un collado bastante alto que hay que superar para continuar hacia la Peña Telera. Es el Collado de Marañón, a 2.063 m. de altitud.

 

Pasar al otro lado de la cresta desde el sotavento me cuesta algún mal rato. El otro lado está más calmado, "demasiado" calmado. Estoy un rato con Jordi intentando ganar unos centímetros, sin demasiado éxito. ¡Que aburrimiento! ¡Y Lee ya está llegando al collado!.

 

Más adelante de la cresta hay una pequeña montaña rodeada de pinos cerca de cuya cima hay una campa circular con la hierba achicharrada por el verano (El Mirador, 1.745 m). Es ahí o en ningún sitio. No tengo demasiada altura y tengo la brisa en contra, así que acelero bastante y hago mi apuesta. Unos cien metros antes de llegar a la campa la brisa me suelta y la campana se va hacia adelante. El vario dice que –4. ¡Aquí va a ser! En el siguiente instante la campana se va hacia atrás y el vario dice que +5. Me enrosco como si la térmica fuera el clavo ardiendo del refrán. La térmica deriva bastante y paso por encima de la cresta, camino de la ladera del Collarada. Mientras tanto, han llegado más pilotos de hacer la transición: Iñigo Redín, Juan Carlos Martinez "Wilfred" (mi principal rival a estas alturas de la Liga Norte), Quim Tomás, Iñigo Gabiria, y seguro que alguien más.

 

Ya estoy más alto que el famoso collado y veo a Lee girando al otro lado. Por aquí el viento sigue estando muy fugado del este. La térmica se ha gastado y no quedan más que pompillas por todas partes, con las que no ganas altura, pero pierdes el tiempo. Me pego a la ladera del Collarada por el Cubilar de los Bueyes y me voy para el collado, sin atreverme a atacarlo directamente porque seguro que la brisa está tirando a muerte del otro lado. Huy, huy, huy. Que bajo llego. El vario dice que –4. Bueno, mejor –5. ¡Coño! ¡Voy a pasar por mis pelotas! Acelero a fondo y llego al collado ya agonizante. Ahora ¡agárrate lo machos, que viene curva! Choco contra el viento que viene del otro lado como contra un muro. La corriente me manda unos metros hacia atrás como si el collado me dijera: "¿tú a dónde coño te crees que vas sin invitación?". Afortunadamente, estoy subiendo como un chuzo así que el venturi flojea unos metros más arriba y me cuelo sin que me vea el portero.

 

El otro lado del collado tiene su cosa, no te creas. Es la cabecera del valle de Acumuer. Hay un circo herboso muy guay para aterrizar. Los sarrios corren en desbandada por debajo de mí, indicando que el lugar no está muy frecuentado por el hombre y tampoco por la mujer. De hecho, yo creo que el punto más cercano para la recogida debe estar en… ¡mejor no pensarlo!.

 

En Blancas ya había pululando unos cuantos veleros, pero esta zona está plagada. Uno me pega una pasada por debajo, muy cerca. Lo oigo silbar perfectamente. Veo al piloto y al pasajero con toda claridad y les saludo con la mano. Me devuelven el saludo y en el instante siguiente ya están a 500 m. de distancia. Me da la sensación de ser un globo suspendido en el aire, a merced del viento.

 

El circo se cierra al norte por el macizo del Telera. Son las laderas de la Peña Retona (2.781 m.) Me pego a las paredes, aunque los riscos no invitan demasiado a la rascada. Elijo una arista soleada que no me puede fallar. ¡Puaf, qué asco! A ratos subo, a ratos bajo. No me estoy comiendo nada. Más hacia el valle hay unas colinas (antiguas morrenas glaciares), con hierba y pinos, pero con una gran vertiente pelada por un torrente que deja a la vista sus tripas de piedra (París del Cuello, 2.051 m.) Es el momento de otra apuesta.

 

Cuando llego hasta la colina, con poquita altura sobre su cima, empiezo a temblar. Aunque hay pompas por todas partes, no hay una térmica clara por ningún lado y la empiezo a cagar. Ya siento el aire caliente del fondo del valle y huele a hierba. ¡Se encienden las alarmas! ¡Aquí no, por favor! ¡Son doscientasmil horas de pateo! En un intento desesperado vuelvo a la arista en donde he estado subiendo y bajando. Llego en estado comatoso y casi sin altura. Hago unos ochos y gano dos miserables metros. En una de las vueltas me meto un poco al sotavento y veo que allí tira un poco más. Decido que es mejor cobrar un poco que cagarla allí, así que me centro en el sotavento y voy subiendo muy despacio. Un poco más arriba la térmica se encarama a la arista saliéndose del sotavento y la subida se hace más clara. El vario dice que +2 y poco a poco dice que +3, +4 y a ratos hasta +5.

 

Según trepo por la arista, veo que llega Wilfred muy bajo. Por detrás viene Quim Tomás. Pienso que se van a aprovechar de mi última agonía y van a trincar en el mismo sitio que yo, recortándome mucho la ventaja. Wilfred caracolea un poco en la parte baja de la arista pero no le convence mucho el tema. ¡Se baja a las mismas colinas que yo, hace un rato! En fin, mientras remonto hasta la altura de las cimas, veo cómo Wilfred y Quim se hunden miserablemente. Quim terminará por aterrizar allí y tendrá que patear dos horas hasta llegar a la civilización.

 

Ya con altura suficiente, navego cerca de las cumbres de Puerto Rico (2.762 m.) y Punta Plana (2.624 m.) hasta llegar casi hasta Peña Telera. ¡Qué vistas! Allí hay que abandonar la alta montaña y torcer hacia el sureste para sobrevolar las lomas herbosas (Peñas de Aso y Punta de Burrambalo, 2.148 m.) que conducen hasta Biescas, que ya se ve al fondo. Me cruzo con Lee, que ya viene de la baliza y nos saludamos. Al rato llegan Iñigo Redín y Jordi y hacemos juntos la baliza. A la vuelta llegan más pilotos, entre ellos Wilfred, que todavía sobrevive. Veo que falta Quim. En esta zona las térmicas son abundantes y limpias y volamos muy a gusto.

 

La vuelta es más sencilla que la ida. Hay más cúmulos que antes y es más fácil mantener la altura. Ya cerca del Collarada, Iñigo y Jordi se abren más por el valle y yo voy por la montaña, que me atrae como un imán. La vista es espectacular, y no puede compararse con nada que se pueda ver desde el suelo. Cuando paso al lado del Collarada decido tomarme un rato para subir hasta la cima. Semejante punta cónica tira por todos los lados. Doy muy pocos giros sobre la cima hasta llegar a la base de la nube, apenas unos 100 m. por encima, lo que deja el techo del día en unos 3.000 m. Desde aquí, la vista de los cortados de la vertiente norte de Los Campanales (2.685 m.) es impresionante. Detrás se ve el circo de Ip, con el ibón.

 

Con el garbeo que me he dado, Jordi e Iñigo se han adelantado un poco, pero a cambio yo llevo más altura. A Lee se le ve girando ya al otro lado del valle, sobre las crestas de Blancas. Se me ofrecen dos opciones, enfilar hacia el Pico de Lecherín por el Tortiellas para cruzar directamente al Aspe o tirar más hacia el sur, hacia una cresta que conduce hasta el despegue de Blancas (Pico del Chicovil). Jordi e Iñigo, que van más abiertos, han elegido esta última opción. Pienso que siempre es más fácil volar en compañía, así que acelerador que te crió y me lanzo detrás de ellos. Jordi e Iñigo llegan muy bajos al otro lado del valle y empiezan su peregrinación en busca de la ascendencia que conduzca a Blancas. Su grial particular no termina de aparecer. Yo aprovecho el pelín más de altura que llevo y me adentro algo más en la arista. Voy directamente a un mogote que sobresale un poco de la ladera, que marca el límite de la altura máxima a la que crecen los pinos. La hierba está muy seca y la pendiente se orienta hacia el sol de la tarde. Es llegar y besar el santo. Encima hay una térmica que se desprende enseguida de la ladera y sube casi vertical. En muy pocos giros ya estoy más alto que Blancas. Iñigo se lo curra por la arista, un poco más al norte. Jordi me ve y abandona su búsqueda y viene a la planta baja de mi térmica a pulsar el botón de llamada del ascensor.

 

Al rato estamos encima de Blancas los tres. De Lee no hay ni rastro, debe de estar ya en el gol. ¡Qué fiera! ¡Cómo corre! Llevamos un buen rato volando y las condiciones flojean. Es el momento de tomar otra decisión. Trincar en Blancas y seguir hacia el norte para abordar la travesía hacia Echo por la montaña, o atravesar rectos el valle de Aisa, intentar trincar al otro lado y pasar de planeo dejando los relieves más altos a la derecha.

 

Esta vez hay división de opiniones. Jordi decide la ruta directa, mientras que Iñigo y yo consideramos que las condiciones flojean demasiado y nos lanzamos por el monte. Mientras trincamos en la base del Aspe para atravesar la cabecera del valle de Aisa, veo que Wilfred llega a Blancas. ¡Este es incombustible! Ha debido de hacer la transición mejor que nosotros, porque nos ha acortado la ventaja.

 

Iñigo llega antes que yo a la base de la nube y se marcha a cruzar el valle. Al rato le sigo yo. Llegamos con altura de sobra para cruzar el Collado del Bozo (2.019 m.) y pasar al valle de Lizara, al par del refugio, pero no es suficiente para atravesarlo. Iñigo sigue hacia adelante y yo me voy hacia el sur por la cresta hasta un mogote (El Bozo) al que le llegan aristas por todos los lados y pienso que tiene que tirar seguro.

 

Efectivamente, el mogote me "tira" al suelo y pierdo un montón de altura buscando una térmica inexistente. Me abro al valle desesperado, y sobre un montículo encuentro una miseria. El día se está quedando totalmente azul y las condiciones flojean por momentos. Remonto unos metros miserables y me lanzo a la ladera del otro lado del refugio (Crestas del Gallo), no muy convencido. Poca altura. La vertiente de este lado está orientada al este, está ya en sombra y seguro que no tira. Pavor. Es más, al otro lado le tiene que estar dando el sol de lleno. ¡Alarma! ¿Voy a un sotavento? Pero voy a pasar al otro lado. Rotores. ¡No, no tengo altura! Sí que paso. No paso. Paso. No paso. Desojo la margarita mientras Iñigo ha logrado pasar al otro lado de la arista y está pegado en una termoladera al otro lado, también bastante agonizante.

 

Cuando llego a unos 100 m. de la arista el vario dice que –4 y que ¡moooooww! Es decir, que no paso. La arista baja paralela al valle perdiendo altura rápidamente. Decido dejarme caer hacia la izquierda, con la esperanza de que la arista baje más rápida que yo y en un momento me pueda colar al otro lado. Error: no hay nada en este mundo que baje más rápido que yo. El vario no deja de pitar la descendencia, y de verdad que sentí ganas de soltármelo y echarlo por un barranco, como si él tuviera la culpa. La culpa no tendrá, pero es que parece que se recochinea.

 

Voy bajando a saco hasta que la arista se remata en una peña rodeada de barrancos por todas partes (Espelungueta, 1.908 m.). Es ahora o nunca. Giro por debajo de la peña para intentar pasar al otro lado, pero la brisa viene fugadísima y algo rotorizada. Tengo que acelerar bastante para pasar, y aguantar un buen rato cobrando hasta que consigo cruzar. Al otro lado, la diferencia es como del día a la noche. Desde aquí ya veo que Iñigo ha remontado en la cima de La Cuta y se lanza a gol. Soy un negado. De Wilfred no hay ni rastro, así que deduzco que ha tomado la ruta directa detrás de Jordi.

 

Ahora estoy en una ladera soleada, con brisa laminar, pero ¡demasiado floja! Tengo que hacer 10 ochos para remontar un metro, pero poco a poco voy recuperando por el barlovento de la arista toda la altura que he perdido en el sotavento. Me eternizo. Cuando consigo ganar la altura de la cresta en el Puntal Alto del Foratón (2.166 m.) se produce otro cambio. La térmica se define, se separa del relieve y sube decidida hacia arriba. Giro y giro, más contento que unas castañuelas. Llego hasta unos leves algodoncillos a 2.600 metros de altura y me marcho, ya sin girar, por encima de la Sierra de Gabás hasta La Cuta (2.162 m.) para seguir hasta el Ramírez (1.824 m.). Al otro lado me espera el gol. A mi derecha, la panorámica del atardecer sobre el Bisaurín es espectacular.

 

La arista es una gozada total, y es una sucesión de ascendencias y descendencias entre –3 y +5. Al lado del pueblo de Echo veo una vela blanca extendida en una campa, y a Iñigo barrenando justo encima. La vela blanca, evidentemente, es Wilfred. ¡Qué perro! ¡Cómo nos ha pasado en los últimos 10 Km, después de estar por detrás durante toda la prueba.

 

A Echo se llega altísimo y tardo un buen rato en bajar. En gol están Lee (ha llegado hace dos horas, nada menos), Wilfred e Iñigo Redín. Jordi se ha quedado en el último planeo, a escasos 2 Km. del gol. Ningún otro piloto ha conseguido pasar más allá de Villanúa. Lee nos ha machacado y la ventaja de tiempo tan grande que ha obtenido hará que la puntuación del resto de los pilotos que hemos llegado a gol sea bastante rácana.

 

Wilfred me ha sacado unos 25 minutos. Quizás es suficiente para adelantarme en la general. O quizás no. En cualquier caso estamos los dos en un puño y el desenlace tendrá lugar al día siguiente.